Desde tierra te sorprende la fuerza del mar, siempre cambiante y cautivador, y la luz, que juega a transformar el paisaje.
Desde el aire, la costa virgen, de formas abruptas, y una sensación de libertad que creías inalcanzable. Y desde el mar, el impacto de las olas y la inmensidad de los acantilados, como si la vida saliera a tu encuentro. Hay algo misterioso en este tramo del litoral norte gallego, algo que te atrapa sin remedio. Los temporales refuerzan ese halo de magia que lo envuelve todo, cuando el horizonte se desdibuja y te desorienta.
Me gusta recorrer esta franja costera, de Estaca de Bares a Punta Candieira, en invierno,
cuando el frío viento de nordeste te golpea en la cara y hace que te tambalees. O en los días interminables del mes de junio, cuando el sol se pone sobre el mar y te dejas llevar, sin más guía que la línea de costa y las playas, donde el mar rompe con virulencia y te empuja a seguir.
El carácter Ortegal es pura vida, naturaleza sin máscara, una vuelta a los orígenes, un guiño a la tierra, el poder del mar y las rocas, una tentación.